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lunes, 25 de julio de 2011

EDUCACIÓN

El niño nace desvalido, necesita el aliento de la madre y el cuidado cálido y propicio del hogar para su supervivencia. Y lo mismo que desde el seno materno recibe la subsistencia para su crecimiento, la atención de los cónyuges, desde el día de su nacimiento es imprescindible para ir adquiriendo los conocimientos que lo van a conducir a la madurez y fortalecimiento de la personalidad, de la voluntad y del entendimiento. En ese periodo, en que va desarrollando su potencialidad física, va adquiriendo también, con el ejercicio mental y el encauzamiento, el saber trasmitido por los padres y hermanos, en su caso, que lo acoraza para afrontar la adolescencia y los resortes con que ha de moverse en los avatares del adulto.

La familia es la raíz esencial de la educación. Los principios educativos que no se han “mamado” en la infancia, en el seno familiar, ya difícilmente se asentarán y se harán norma en la conducta del individuo. Se observan en la práctica las formas extremas, las autoritarias y las permisivas. Sin embargo, como decía el clásico: “in medio est virtus”; la educación requiere en el que ha de impartirla una buena preparación y un conjunto de conocimientos que provean al educando de una consistente estructura para caminar por la vida sabiendo elegir el provecho y desechar el peligro y la maldad; exige ejercer la autoridad y la disciplina con tacto y comprensión, en un ambiente de cariño y cooperación, según Bernabé Tierno, en la mayoría de los casos el niño rechaza la autoridad porque se manifiesta arbitraria e impositiva, sin razones y, por tanto, la considera inútil; pero, cuando le falta la exacta regulada y prudente autoridad, él mimo la exige y requiere como elemento necesario; el niño necesita la presencia asidua de los padres que encaucen sus actos, reprendan sus desvíos y apuntalen su recta conducta y voluntad con la adquisición de hábitos en el respeto a las normas, a la cortesía y la libertad. Los padres han de enseñar a sus hijos a atender y escuchar, y avezarlos a soportar y obedecer. 

La educación de los hijos es un quehacer ineludible de los padres, que son los primeros y máximos responsables de su desarrollo, cuido y acción indispensable que fundamenta todo el futuro del niño. La educación de los hijos es una función insoslayable de los padres. Su dejación y descuido tiene efectos graves e irrecuperables para el desarrollo de la personalidad del niño. La labor educativa en el seno familiar comienza desde el principio y no puede sustituirla nadie. La escuela viene después a construir imprescindiblemente sobre los cimientos que puso aquella. En la casa, aprende el niño los rudimentos esenciales y decisivos de su educación; con la orientación y corrección de la madre y con la disciplina y autoridad del padre, y sobre todo con el ejemplo, va sabiendo el valor de la honradez, del trabajo, de la renuncia a los gustos con responsabilidad en el cumplimiento del deber; este ejercicio es fundamental para el desarrollo de la persona. Estaríamos ante una verdad insuficiente, si, en el género humano, quienes tienen potestad y derecho de engendrar, no detentaran también el derecho y el deber de educar a los hijos por mandato de la naturaleza; y esta obra de la naturaleza, absolutamente especialísima, no puede soslayarse ni descuidarse, y, mucho menos, exponerla al desastre seguro, dejándola sin terminar. 

Y, al mismo tiempo, para educar hay que estar preparado; sin una sólida formación, no se puede enseñar. Y la lección básica que los padres han de dar a sus hijos es la del ejemplo; las palabras vuelan y los ejemplos arrastran. El niño es una esponja y recoge todo lo que ve y oye; su personalidad futura depende del aprendizaje correcto en su primera etapa infantil; las primeras papillas lo condicionan para siempre. En muchos casos, la inhibición, la agresividad, la culpabilidad, la violencia y la irresponsabilidad se genera en una infancia negativa. Allí, se desvía, se impide, obstaculiza y se pierde. El niño que respira un aire justo, responsable, de respeto y tolerancia, de servicio y sacrificio, de amor y alegría, de renuncia a diversiones y egoísmos, será un hombre entero y maduro psicoafectiva y socialmente. La entereza vendrá de la formación de una recia voluntad, que exige la adquisición de hábitos por medio de la práctica de pequeños actos para eliminar veleidades y alcanzar la reciedumbre. Es imprescindible encauzar los impulsos, las tendencias y las pasiones. No se puede hacer dejación de la autoridad; inhibirse y conceder todos los caprichos es deseducar. El mismo hijo busca y pide el principio de autoridad, sin el que se siente desorientado, desprovisto y entristecido. 



1 comentario:

GloriaElena dijo...

La base de todo es una buena educación, la base del éxito está allí, no me refiero mucho a lo académico, me refiero a la formación y educación como persona. Cuando tenemos una buena, nos va a abrir muchas puertas y oportunidades.